La inquietante y macabra historia de la Isla de las muñecas de Ciudad de México

Una tétrica estampa de la Isla de las muñecas. Foto: redes
Una tétrica estampa de la Isla de las muñecas. Foto: redes

Existen pocos lugares más tétricos en México que la Isla de las muñecas. Localizada en medio de uno de los atractivos turísticos por antonomasia de la capital del país, los canales de Xochimilco, este pequeño enclave encierra una macabra leyenda, poco acorde con la belleza de los parajes naturales en los que se sitúa.

Para cualquier turista que se precie, visitar Xochimilco es de obligado cumplimiento. La zona está formada por unos 200 canales de aguas cristalinas navegables, que sucumben a la contaminación, pero la zona todavía resiste. Su característica atmósfera festiva, con mercaditos a un lado y otro de las orillas y mariachis subidos a coloridas góndolas, hacen de la experiencia una ‘typical’ capitalina irresistible. Situada en el sur de Ciudad de México, se trata de una vasta red de arterias que crearon los aztecas como sistema de transporte y que, mal o bien, sobrevive para deleite de los visitantes y locales.

Escondida entre los muchos islotes de pequeño tamaño que conforman Xochimilco, se encuentra la Isla de las muñecas. Su nombre no es producto de la casualidad, repleta como está de estos juguetes, unos 1.500, roídos y destartalados por el paso del tiempo, que aparecen aquí y allá encaramados a los árboles o clavados en las paredes. Nada en este lugar invita al turismo y, sin embargo, es una de las islas más visitas de la zona. Las muñecas pertenecieron a don Julián Santana quien, pacientemente, las fue acumulando y exhibiendo en cada rincón, tronco, fachada o sobre el suelo. Ahí, entre tanta muñeca de aspecto funesto, asoma su humilde casita de madera, donde vivió y murió don Julián a consecuencia de un infarto el 17 de abril de 2001.

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Cuenta la leyenda que en la década de los 50, una niña se ahogó en un canal cercano a la isla de nuestro protagonista tras enredarse con los lirios de la orilla. Julián no pudo hacer nada por salvar su vida y ese sentimiento le acompañó hasta su fatal desenlace. La niña comenzó a aparecérsele en sueños. La escuchaba, incluso, despierto, llorando y chillando en los alrededores de su casa. Quería atormentarle. La psicosis de don Julián se disparó cuando, al poco tiempo, apareció una muñeca en el mismo exacto lugar donde la menor había fallecido. A este primer cachivache le siguieron otros. Asomaban sistemáticamente a lo largo de los canales. Julián comenzó a colgarlos como medida de protección frente a los malos espíritus o, también se dice, para honrar a la niña, quién sabe. En cualquier caso, se dedicó a rescatar las muñecas abandonadas que le traía la corriente y a buscarlas entre la basura para, así, engalanar sus dominios. A esta faena titánica dedicó su vida y la vida le obsequió con un récord Guinness. No existe un lugar en el mundo que sume más muñecas por metro cuadrado.

Altar a la memoria de don Julián, custodio de Isla de las muñecas. Foto: redes
Altar a la memoria de don Julián, custodio de Isla de las muñecas. Foto: redes

El escenario de esta tétrica leyenda es, a día de hoy, terrorífico, como sacado de una película de terror. La colección de muñecas que dejó don Julián tras su fallecimiento es inmensa y ha ido aumentando con el paso de los años. Las hay de todas las formas y tamaños, algunas mutiladas o decapitadas, pero ninguna en buenas condiciones. En una de las habitaciones de la casa del hombre, todavía se conserva a Agustinita, la primera muñeca que recogió Julián, su favorita. Esa que, si la leyenda es cierta, rescató de las aguas del canal y custodia el espíritu de la niña ahogada.

Alcanzar la Isla de las muñecas, a una hora y media de distancia del embarcadero Cuemanco, depende enteramente de los remeros. La frase parece obvia, pero no lo es. No todos los patrones de las trajineras están dispuestos a acercarse a este lugar, embebidos de supersticiones. Sus creencias más profundas les impiden acercarse a este paraje donde el silencio más perturbador se clava en las entrañas.

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