Un viaje en el tren a las nubes

Nos subimos al Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo, que asciende hasta los 4.220 metros sobre el nivel del mar mientras recorre la provincia argentina de Salta.

Un viaje en el tren a las nubes

Alamy

Pocos viajes estimulan tanto la imaginación como los que se hacen en tren . Este, además, promete llevarnos a las nubes. Aunque también trae aparejados ciertos daños colaterales: algo de vértigo, bastante de mal de altura y mucho de paisajes inmensos por la ventanilla, de esos que no caben en una foto.

El Tren a las Nubes recorre la provincia de Salta, al noroeste de la Argentina , en forma de ferrocarril turístico. Atraviesa la altiplanicie hasta llegar a los 4.220 metros de altura sobre el nivel del mar, pero también atraviesa vidas: la de Amalia Martínez, guía del tren, que es nieta de uno de los pioneros constructores e hija de ferroviario; la de Roberto Ledesma, maquinista de las nubes desde hace 38 años o la de Patricio Peyret, el médico a bordo, que cuenta con el apoyo de una enfermera en cada vagón. Aquí cada uno tiene su misión, en este paseo que deja literalmente sin aire al que lo experimenta.

Un viaje en el tren a las nubes

iStock

“Atendemos más que nada cuadros de hipoxia, que se soluciona fácilmente suministrando oxígeno al viajero afectado. Hubo un solo caso en los últimos cinco años de paro cardíaco, pero la mujer pudo ser auxiliada gracias a que el consultorio médico cuenta con el equipo apropiado”.

Precisamente, el día de nuestro viaje a las nubes, el doctor Peyret sufría los efectos en carne propia, aunque suene a uno de esos chistes de colmos. Así de caprichoso es este tren, en el que cualquiera puede tener que lidiar con el “mal de montaña”, que aquí también es llamado “soroche” o “apunamiento”, debido a que la región es conocida como la Puna.

Se trata de una dolencia que afecta cuando se superan los 3.000 metros de altitud, por la carencia de oxígeno en sangre, y que provoca sensación de abotargamiento, además de mareos leves, bostezos constantes y dolor de cabeza. Por eso la tripulación advierte en todo momento a los pasajeros que caminen y respiren con calma durante el trayecto.

Uno de los trenes más altos del mundo

iStock

Dicen que nunca terminas de acostumbrarte a la altura, ni te deja de asombrar la experiencia del viaje. Roberto Ledesma lleva más de media vida haciéndolo. Desde hace 38 años conduce la locomotora, en la actualidad un modelo diésel de 2.000 caballos de fuerza, que transporta para su funcionamiento 7.000 litros de combustible y que, nos confiesa, no es nada fácil de maniobrar: “ tiene la trocha (distancia entre rieles) angosta, de 1 metro, comparada a las habituales de 1,60, lo que produce unas sensaciones de conducción muy especiales. Los durmientes son de quebracho colorado, una madera del chaco salteño que es durísima.”

El trazado tenía originalmente una extensión de 217 kilómetros, desde la ciudad de Salta hasta el viaducto La Polvorilla, recorrido que fue reducido en razón de que en algunos sectores las vías no están en condiciones de ser utilizadas para el transporte de pasajeros, pero sí en el caso de los cargueros. Por eso es que ahora el primer tramo se realiza en bus, exactamente hasta el pueblo de San Antonio de los Cobres, que es donde abordamos el tren.

Ya en marcha, a medida que nos adentramos en la Quebrada del Toro, vemos por la ventanilla cómo el paisaje es invadido por el cardón, cactáceo endémico del altiplano que aunque sólo crece dos centímetros por año, llega hasta los 10 metros de altura, alcanzando así los cinco siglos de edad en algunos ejemplares.

Pueblo de San Antonio de los Cobres

Alamy

Sorprende también el color morado de la tierra, producto de la oxidación de minerales como el hierro y el manganeso. Además, si se está atento a las laderas de las montañas, es posible avistar al cóndor andino, ave sagrada para los incas, y a la que el adjetivo de majestuosa no le queda grande. También son compañeros de viaje habituales tres de los cuatro camélidos sudamericanos: la vicuña, el guanaco y la llama.

Otra curiosidad que se observa a la vera del camino son los pequeños cementerios en donde descansan los obreros que murieron durante la construcción del ferrocarril, debido a las cargas de dinamita, los derrumbes, las duras condiciones climáticas y a que los equipos para alta montaña eran prácticamente inexistentes en la época.

El recorrido turístico finaliza cuando el tren cruza el fotogénico viaducto La Polvorilla, compleja obra de ingeniería que se ideó para franquear una poderosa quebrada que forma parte de la cordillera oriental, con un largo de 223 metros y 63 metros de altura respecto al suelo. En este tramo se alcanza también la altitud máxima en relación al mar.

Viaducto La Polvorilla

iStock

Al retornar a San Antonio de los Cobres, una hora y media de parada nos permitirá recobrar energías antes de seguir camino a la ciudad de Salta, nuevamente en bus. Es la oportunidad ideal para degustar en los comedores del pueblo, tan rústicos que enamoran, una curiosidad culinaria de esta zona: la llama.

Sí, el simpático camélido que hemos saludado por la ventanilla durante el camino es comestible. Ya sea en forma de cazuela, lomo (solomillo) o milanesa (la antepasada del cachopo) . Son típicos también los platos con cabrito, los tamales de sémola y las humitas de choclo (maíz) .

Por supuesto que aquí no escasean las empanadas salteñas, célebres en el país entero. Una jocosa tradición manda comerlas “con las piernas abiertas”, porque su relleno extremadamente jugoso puede tener cierto peligro para la ropa del comensal.

Los colores imposibles que encontrarás al paso del tren a las nubes

iStock

Este es el tercer ferrocarril más elevado del planeta, y dentro de poco se cumplirán 100 años del inicio de la epopeya. Fue en 1921 cuando el Gobierno Nacional contrató al ingeniero estadounidense Richard Maury para una tarea de extrema complejidad: trazar un ramal ferroviario que uniera el norte argentino con el puerto de Antofagasta en Chile, atravesando los Andes.

Maury había trabajado previamente en proyectos sobre el río Hudson (Nueva York) y en el trazado de los ferrocarriles cubanos. Culminar la obra demandó 27 años, interrumpidos por las vicisitudes de la Historia argentina. Tiempo en el que se construyeron 2 rulos, 3 zigzags, 9 cobertizos, 13 viaductos, 21 túneles y 29 puentes.

Un viaje en el tren a las nubes

Getty Images

“Hay que valorar lo complicado que fue realizar esta proeza en esa época, sobre todo el viaducto La Polvorilla”, dice con orgullo Amalia. Antes de bajarnos del vagón nos cuenta que, como guía, aquí le ha tocado presenciar situaciones de lo más variopintas, incluso dos bodas a bordo.

Nos asegura que, además de particulares, son celebraciones muy divertidas. Porque sí, durante el viaje también es posible contraer matrimonio. Con altura, por supuesto, y con los colores vivos de la Puna encendiendo las ventanillas. Colores que al igual que los paisajes, tampoco caben en una foto, pero que se llevan fácil en la memoria.

Parece que tendrás que coger ese tren que va hasta las nubes, te quita el aire y vuelve, todo en un mismo día.

Paisaje durante el trayecto del tren a las nubes

iStock

Ver más artículos

Todo lo que necesitas saber sobre trenes

Bariloche, un destino argentino para todo tipo de viajero

Argentina a bocados: qué comer más allá de la carne a la parrilla